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El equipo imposible

 

Tras cerca de dos meses de campeonato son muchas las conclusiones que pueden extraerse sobre las perspectivas que aguardan a los equipos en lo que resta de temporada. Algunos que se las prometían muy felices en el presente año, como los Hornets o lo Pacers, pero por motivos diferentes, saben ya que poco tienen que rascar en la siempre abierta Conferencia Este. Otros, como los Pistons, parecen haber necesitado otro año de fracasos para comprobar que su proyecto deportivo no va a ningún sitio y que cuanto más tarden en deshacer su plantilla, más tiempo tardarán en poner las bases para remontar posiciones en la liga.

¿Y los Celtics? ¿Qué conclusiones cabe extraer de su juego tras haber perdido el 64% de los partidos disputados hasta el momento? Pues se diría que ha quedado bastante claro que esta plantilla, como tantas otras en la liga y también tantas otras de las formadas en las últimas décadas en Boston, está haciendo un viaje a ninguna parte y que la vistosidad de un juego marcadamente ofensivo no debería de evitar el que se extraigan las conclusiones oportunas, las cuales pueden resumirse en lo siguiente: es imprescindible introducir cambios importantes en el equipo.

De donde no hay, no se puede sacar

Los problemas son tan diversos, que cuesta elegir por donde empezar, pero dos elementos fundamentales son sin duda la completa ausencia de algo digno de llamarse esquema defensivo y la fragilidad manifiesta del juego interior. Ambas cosas son responsables de dos fenómenos ampliamente observados esta temporada: el elevado volumen de puntos encajados y la facilidad con que los grandes interiores se mueven dentro de la zona bostoniana, más o menos como Pedro por su casa. Las causas de ambos fenómenos también son dobles, puesto que tienen tanto que ver con la forma de organizar el equipo, como con la manera de planificar la plantilla. La segunda, sin duda, es la más importante, ya que no se han llegado a solventar necesidades evidentes como el introducir un interior con actitudes y aptitudes defensivas, mientras se dedica el tiempo a dar minutos a jóvenes y a jugadores en el apogeo de su carrera, cuya combinación no acaba de funcionar ni por asomo para competir en una liga como esta. Aun así, dentro de las limitaciones de la plantilla, tampoco parece que los esquemas tácticos propuestos por Stevens se orienten a resolver estos y otros problemas.

Dichas limitaciones confluyen además con los problemas evidentes de calidad individual. No cabe duda de que sus dos mejores hombres son ahora mismo Rondo y Green, pero ninguno de ellos es capaz de echarse el equipo a la espalda con la intensidad suficiente como para resolver los partidos a su favor. La verdad es que a Green hay muy poco que criticarle este año: es sin duda el mejor de todos los que lleva disputando con la camiseta verde, pero ni así es capaz de ser alguien que marque la diferencia entre una victoria y una derrota: mucha calidad, poco impacto. En cuanto a Rondo tampoco existen demasiadas dudas de que es un gran base, pero claramente no es ese Rondo que deslucía a sus pares, ni mucho menos ese jugador de gran ferocidad desde el que comenzaba la gran defensa del segundo Big Three. Quizás algún día regrese, quizás no, pero esa antigua versión de Rondo es poco compatible con el paso de los años y con los efectos secundarios de las lesiones. Hoy tenemos un jugador muy pendiente de sus estadísticas (presenta sus mejores resultados históricos en rebotes y asistencias por minuto), pero no tanto de las victorias, y muestra mermas evidentes en su casillero anotador (lleva la peor media de puntos de su carrera en relación con los minutos disputados).

Así, lo que habrían de ser dos bases sólidas, resultan ser insuficientes para el combate, pero la cosa se complica aun más porque el resto del equipo presenta unas carencias que no pueden ser cubiertas en modo alguno. Tenemos, por ejemplo, un sector de jugadores formado por Olynyk y Thornton, en que brillan los talentos ofensivos, mientras que los defensivos lo hacen… por su ausencia. Ausencia, además, difícil de solventar. Consecuencia de ello ha sido que el primero haya acabado perdiendo la titularidad y que el segundo tenga problemas para hacerse un amplio hueco de minutos suficientes (agravados por cierto por su inadecuada condición física). Hay que reconocer que el movimiento de poner a Zeller de titular en lugar de Olynyk se ha mostrado acertado, puesto que el segundo no tiene que medirse tantos minutos con los primeros espadas interiores de la liga, mientras que el primero no solo forma un duo interior más eficaz con Sullinger, sino que además es un jugador que entiende el juego e intenta dar lo mejor de sí en ataque y en defensa, logrando momentos de rendimiento más que correcto. No obstante, al contrario que Sully, cuyas capacidades ofensivas y defensivas son buenas y pueden desarrollarse, ni aunque pasen mil años llegaría un día en que Zeller pueda competir de igual a igual con los grandes pivots y en que merezca algo más que luchar por ganarse un puesto en una rotación competitiva. Todo ello asegura una debilidad persistente a la que un banquillo en el que habitan un correcto Brandon Bass y un lesionado Faverani no puede dar respuesta y en la que todo parece fiarse realmente a la progresión de Sullinger: tanto el fortalecimiento defensivo como el que se convierta en un verdadero tercer pilar que cambie el destino del equipo, pero eso es algo que no va a suceder.

Más allá de los jugadores citados, existen más problemas. El puesto de escolta está en manos de Bradley, un jugador que no es tampoco el defensor infatigable que conocimos. ¿Es ello achacable a su contrato, a los requerimientos de trabajo ofensivo de su entrenador o al esquema general y dinámica de equipo en la que se inserta? A un poco de todo, probablemente, pero sobre todo a lo último: un equipo en el que predomina la ofensiva y donde no existen labores de especialista (y aun menos en funciones defensivas) no es el entorno más propicio para este sobrepagado jugador. Es evidente que un equipo de marcado carácter ofensivo necesita también un escolta capaz de anotar con fluidez, de modo que o bien el equipo debe cambiar su enfoque o bien la franquicia debe cambiar de escolta titular para que las cosas funcionen. Dadas las limitaciones exageradas de Thornton en defensa y la bisoñez y lesiones de Young, parece que tan solo Turner podría ser una opción, pero este irregular jugador con tendencia a la inadaptación no parece en condiciones de revolucionar nada y más bien parece necesitado de consolidación en sus labores con la segunda unidad y de mejor compenetración con los principales jugadores de la plantilla. Y es que tampoco su año está siendo como para tirar cohetes, aunque sí es mejor jugador que el que sufrieron los Pacers el año anterior. Finalmente tenemos el caso de Smart, un jugador al que es pronto para valorar, dado que se trata de su primer año y de que le está costando tener continuidad con motivo de sus lesiones. No obstante, su aportación a corto plazo solo puede ser marginal y a largo plazo, está por ver.

Consecuencias inevitables

La composición inicial de la plantilla no permitía hacerse demasiadas ilusiones este año y la realidad está validando las previsiones. La desestructuración que le caracteriza es comparable a la de los primeros años de Rivers en los Celtics con Danny Ainge y con la de Pitino a finales de los 90. Ello garantiza a los Celtics un buen número de derrotas, pero también se detectan peligros adicionales. La diferencia entre el presente y el pasado es que al menos con Rivers había jugadores muy jóvenes pero que ofrecían innegables expectativas de proyección (Al Jefferson primero y Rajon Rondo después) y que bajo Pitino crecían con fuerza dos grandes jugadores como Pierce y Walker. Hoy en día, en cambio, los Celtics no transmiten la sensación de tener nada de ese calibre esperando a que florezca. Y es que a pesar de que Walker y Sully tienen en común sus problemas de condición física, no parece que el actual jugador de los Celtics pueda llegar a tener la presencia en pista que el primero tuvo en sus mejores momentos.

Naturalmente hay otros jugadores muy jóvenes qué pueden acabar desmelenándose, pero ¿realmente es posible que Smart, Olynyk o Young -del que tampoco se conoce nada parecido a una defensa- superen las enormes carencias que algunos aspectos de su juego presenta para ocupar de manera fiable su posición natural y dominar a sus rivales? ¿Son una base creible sobre la que edificar un equipo? ¿Son activos creibles para realizar operaciones en el mercado que permitan la llegada de jugadores curtidos -y no digamos ya estelares-? La respuesta a todas estas preguntas, hoy por hoy, solo puede ser negativa y parece que a Boston, para conseguir jóvenes proyectos de gran proyección, solo le queda esperar el siguiente Draft, el otro o el de más allá, a ver si llega por fin algo que cambie la tónica del equipo.

Por otra parte, en estas condiciones, el mercado de traspasos puede acabar generando una fuerte sacudida a la plantilla bostoniana. Con el futuro de Rondo y Green en el aire, porque ambos pueden ser agentes libres este año, se diría que hay un riesgo evidente de que la plantilla quede en verano hecha unos zorros y gastar grandes sumas en renovarlos no parece una gran solución, ya que no está siendo posible que lleguen los jugadores que necesitan que los rodeen para ser competitivos y por si solos no frenan la sangría de derrotas. En Boston ambos jugadores languidecen, porque el equipo se ha quedado a vivir en el lado oscuro de la liga, el de los equipos que empiezan con plantillas débiles y a los que al cabo de unos meses no les queda otra opción que mirar hacia el tanqueo. La experiencia ha de ser difícil para dos individuos que han jugado con la “creme de la creme” y que ahora gestionan una escuela de baloncesto. Hay en cambio otros 18 equipos con perspectivas de playoff donde su llegada podría marcar muchas diferencias y bien pudiera ser que algunos de ellos estuvieran en disposición de contratarlos en la próxima FA veraniega. Es más: ambos casos va a resultar complicado establecer parámetros salariales, en un contexto en que el dinero televisivo va a empujar los salarios de los grandes jugadores al alza y en el de dos jugadores que previsiblemente creerán que merecen mucho más de lo que reciben. Por lo tanto, su traspaso en las próximas semanas o meses hay que considerarlo como una posibilidad nada remota.



Lo malo del asunto es que deshacerse de ellos sin un intercambio en el que se reciban jugadores contrastados pone el futuro muy difícil a los Celtics, ya que la escuela pasarían a gestionarla los propios alumnos y podrían parecer unos nuevos Sixers, por lo que probablemente se imponga la filosofía del talonario y sean otros los jugadores en el disparadero. Pero de un modo u otro, cambios habrán, y el aficionado debe aguardarlos con esperanza y temor: esperanza de que se para que las cosas vayan a mejor y temor de que se acabe profundizando aun más la reconstrucción. La realidad advierte de que las cosas no pintan bien y si no mejoran, solo pueden empeorar.

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